Son muchos los acumulados teóricos y políticos que la lucha feminista contra el libre comercio produjo en nuestro continente desde principios del siglo XXI. En estas líneas se presentan algunos de ellos, que constituyen aún hoy nuestra base de actuación. Todos se nutren de la experiencia militante de la Marcha Mundial de las Mujeres, que enmarca las alianzas y construcciones colectivas con las mujeres de los movimientos sociales, campesinos y sindicales.
Feminismo anticapitalista desde la auto-organización
Una mirada en retrospectiva nos lleva a considerar que decir no al ALCA tuvo dos consecuencias simultáneas. Una fue la definición política de construir desde el feminismo un proceso más amplio de articulación y lucha con los movimientos sociales mixtos. A nivel continental, pero también en los países, ciudades y pueblos, las mujeres fueron sujetos activos de la construcción cotidiana de la campaña contra el ALCA.
A su vez, en el ámbito del feminismo implicó no aceptar que la agenda de género fuera instrumentalizada para legitimar los acuerdos de libre comercio. Las mujeres no aceptamos la incorporación de cláusulas de género en los tratados de libre comercio (TLC) propuestos porque el neoliberalismo y sus instrumentos estaban reorganizando nuestras vidas. Decir no al neoliberalismo significó denunciar que no basta con el reconocimiento de que ese modelo impacta de manera diferenciada en las mujeres: él mismo solo es posible porque se articula en sus prácticas de dominación y explotación con el patriarcado y el racismo.
Ese posicionamiento se construyó desde una práctica militante vinculada a la teoría, a los análisis y las acciones. La estrategia de hacer un amplio proceso de debates, giras y talleres locales, de poner en marcha, en definitiva, una campaña masiva y popular, tuvo como fruto una posición muy fuerte, consolidada y victoriosa. En los espacios de discusión de las mujeres resultaba evidente que el ALCA y los TLC no crearían nuevas formas de explotación, sino que generalizarían las ya existentes: las condiciones de precariedad de la vida, los trabajos a domicilio, las largas jornadas laborales, la ausencia de derechos y la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados, así como del trabajo cotidiano de tejer lazos sociales y comunitarios que garantizan el sostén de la vida en sociedades regidas por el dominio del mercado.
Desde el enfrentamiento al libre comercio, la economía feminista se volvió una herramienta clave para cuestionar el neoliberalismo: por un lado, para plantear otras formas de organizar la producción-reproducción y el consumo; por el otro, con el objetivo de avanzar hacia agendas económicas que reconozcan que la economía no es reducible a lo monetario. Se debe ir más allá del salario y avanzar hacia el reconocimiento y reorganización del trabajo doméstico y de cuidados, lo que sigue siendo un desafío que el feminismo plantea a las luchas anticapitalistas.
Los debates, las divergencias y, por fin, los consensos producidos en torno al rechazo del libre comercio por amplios sectores del movimiento feminista ya han sido sistematizados desde diversas perspectivas. Hacer hincapié en el rechazo a propuestas tramposas de reducir o minimizar los impactos negativos del sistema sobre la vida de las mujeres sigue siendo una enseñanza y una orientación, porque en la actualidad diferentes actores defensores del neoliberalismo (corporaciones transnacionales, instituciones gubernamentales, ONGD y ONU) utilizan la misma estrategia del maquillaje violeta para enmascarar los mecanismos de dominación y explotación de ese modelo.
Una perspectiva de género que plantea que la sociedad de mercado tiene impactos positivos y negativos sobre las mujeres y que, por lo tanto, deberían hacerse estudios para identificar los negativos e intentar reducirlos, es una trampa. Lo es no solo porque obvia las desigualdades estructurales de clase y raza, sino porque opera acentuándolas, ampliando la opresión sobre muchas en nombre del empoderamiento de algunas.
¡El mundo no es una mercancía, las mujeres tampoco!
Una nueva generación política del feminismo se formó en la lucha contra el neoliberalismo, rechazando vivir bajo las reglas del mercado. Los talleres y las intervenciones urbanas cuestionaban la invasión y control de los cuerpos y los comportamientos por las industrias farmacéuticas, de cosméticos y la publicidad; así como la heteronormatividad, la violencia y la prostitución, como instrumentos del patriarcado para mantener el control individual y colectivo de los hombres sobre las mujeres.
La ocupación colectiva de los espacios públicos las acciones directas y la irreverencia de las batucadas feministas fueron estrategias construidas para impulsar las síntesis políticas y ampliar el diálogo con los movimientos sociales en lucha y con la sociedad en general. Hoy enfrentamos el desafío de mantener juntas esas dimensiones: la radicalidad de las formas de lucha y la radicalidad del contenido. Cuestionamos los intentos de pasteurización del feminismo, que desconstituyen los sujetos colectivos en nombre del empoderamiento individual, sacando la potencia de movimiento transformador del feminismo y canalizándolo hacia comportamientos individuales que mantienen intactos los procesos de acumulación del capitalismo racista y patriarcal.
Las corporaciones transnacionales (farmacéuticas, de los cosméticos, del sector textil, tecnología y comunicaciones, entre otras) incorporan en sus discursos la responsabilidad social empresarial direccionada a las mujeres. Mientras tanto, garantizan sus ganancias mediante el acaparamiento de tierras y el control de los territorios, la contaminación del suelo y el agua con la minería, la superexplotación en el empleo y en el trabajo no remunerado de las mujeres, así como con la privatización de los conocimientos bajo reglas estrictas de propiedad intelectual.
Si en su momento un feminismo liberal se contentaba con incluir a las mujeres en legislaciones que anunciaban una igualdad de derechos y oportunidades, hoy nos encontramos con un feminismo (neo)liberal que aplaude cada vez que una empresa hace propaganda incorporando la diversidad de mujeres y que asimila la visión “nosotras podemos con todo” para convencernos de que es posible conciliar la responsabilidad con el cuidado con la disponibilidad para el trabajo remunerado. Se mantienen intactas la división sexual del trabajo y la no responsabilización de los hombres ni del Estado con la reproducción y el cuidado.
Desde el feminismo anticapitalista partimos de las experiencias de las mujeres y por eso nuestro horizonte no es incorporar más mujeres en un poder constituido (ya sea en el mercado, en el Estado o en los capítulos de género de los TLC). Nuestro reto es cambiar las formas y los fondos, incidir en cómo se organiza la sociedad, en cómo de nuestros tiempos se apropian otros, en cómo decidimos sobre la reproducción y la producción.
Construir alternativas desde la lucha
Derrotamos al ALCA, pero se firmaron muchos tratados de libre comercio y muchas corporaciones transnacionales avanzaron en su dominio, explotación y acaparamiento. En resistencia desde los territorios, las mujeres enfrentan permanentemente la lógica del capital afirmando en la práctica la centralidad de la sostenibilidad de la vida. La construcción cotidiana de la auto-organización, la solidaridad, la agroecología y la economía feminista y solidaria son estrategias para garantizar las condiciones de sobrevivencia y para construir la autonomía de las mujeres sobre el cuerpo, la sexualidad y una vida libre de la violencia racista y patriarcal. Así, las mujeres en movimiento siguen expandiendo las fronteras de lo posible, construyendo condiciones para transformar en lo concreto sus vidas, al mismo tiempo que señalan caminos de cambio de modelo.
Esa es una fortaleza y un acumulado. Cuando las mujeres afirman en la lucha por soberanía alimentaria, por ejemplo, que sin feminismo no hay agroecología, nos enseñan que las propuestas y los cambios deben ser integrales. Hay que producir sin veneno, con diversidad, con relaciones de trabajo basadas en la solidaridad y la autogestión, en articulaciones definidas por la igualdad y sin violencia, afirmando que somos ecodependientes e interdependientes, a la vez que autónomas y libres. Es desde ahí que enfrentamos el poder de las transnacionales del agronegocio y la alimentación.
Enfrentar la violencia patriarcal y del capital
La violencia y la militarización son instrumentos del capitalismo que avanza sobre nuestros cuerpos, trabajos y territorios. Es evidente que las transnacionales en esta nueva oleada de acuerdos quieren imponer y legitimar su sistemática de violaciones. Nuestra experiencia es que donde hay sujetos colectivos en lucha hay violencia, intentos de cooptación, persecución y asesinatos de personas líderes.
Con las estructuras del Estado al servicio de las élites corporativas, la criminalización de la pobreza y de quienes luchan contra ella se amplía en el continente, en especial en los países gobernados por la derecha. El genocidio de la juventud negra en Brasil, la violencia contra las poblaciones indígenas y el encarcelamiento masivo evidencian el racismo de ese sistema. Al mismo tiempo, la lucha contra la violencia y los feminicidios nos convocan a cada vez más mujeres. No es una cuestión individual, como la violencia sexista nunca lo ha sido. Un reto es lograr avanzar en la comprensión de las causas de la violencia sistémica y enfrentar esta como un todo contra la vida y los cuerpos, no separar las luchas contra la violencia patriarcal y racista de las luchas anticapitalistas.
Feminismo en las luchas populares
Para frenar el ALCA la educación popular fue una estrategia clave. En todos los lados, la gente sabía que el ALCA era nefasto y que debía ser derrotado. No era necesario ser expertas que manejan muchos números y fórmulas: lo fundamental era desvelar la estrategia neoliberal y de dominio de las élites corporativas que se encontraba detrás de esa propuesta.
Los pueblos latinoamericanos comparten una historia de dominación colonial, de injerencia estadounidense bajo las dictaduras y de imposiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial. Así que luchar contra el libre comercio es ser anti-imperialista y poner la soberanía popular en el centro.
La lucha contra el libre comercio se fortalece cuando se concreta en las resistencias que ya existen frente a las privatizaciones de servicios como el saneamiento y el agua, frente a las reformas laborales y de los sistemas de pensiones. No es una lucha más, o una lucha nueva. Es una batalla difícil, pero no se debe complicar enredando con términos técnicos que nadie comprende: los pueblos rechazan el libre comercio porque es un instrumento del capitalismo y ese sistema no nos sirve.
Contra el capitalismo patriarcal y racista nuestras estrategias son el internacionalismo militante, la solidaridad activa y la auto-organización y construcción de alianzas concretas desde las luchas anticapitalista, feminista, negra y popular.
*Tica Moreno es militante de la Marcha Mundial de las Mujeres en Brasil.
Artículo publicado en el nº76 de Pueblos – Revista de Información y Debate, primer cuatrimestre de 2018, monográfico “Tratados comerciales, ofensiva contra nuestras vidas”.